Vivo en México desde hace años. Aquí hay muchos perros callejeros. Perros errantes. Por todas partes. En especial perras. La gente no lleva a sus animales a esterilizar, es demasiado costoso y les da pereza. También les da pereza regalar los cachorros cuando nacen, así que abandonan a las hembras. Las dejan en el campo. Se las ve luego al borde de las carreteras, ocupadas en masticar carroña, correr detrás de los que van en bicicleta, acostadas al sol en el pasto. A menudo cruzan la carretera. La mayoría de ellas mueren atropelladas. Se las ve aplastadas en medio del paso y nadie se toma la molestia de parar y apartarlas. Sin embargo, algunas sobreviven. Las vemos cruzar como locas, los ojos llenos de rabia, la cabeza cubierta de costras, o al revés, tomarse su tiempo, indiferentes al peligro. Se las reconoce, a las que aguantan: son viejas, sarnosas, con las orejas caídas, a menudo estropeadas, con una pata torcida o un ojo saltón. Sobreviven. Es lo que hacen, su principal característica es seguir vivas a pesar de los pronósticos. ¿Acaso tienen algo más que las demás? No. Nada, no tienen nada más. Incluso es posible que tengan menos.